Memoria histórica

forges-memoria-historicaLa profesora Araceli Morales propuso en su clase de Historia de España un ejercicio de entrevistas a lxs alumnxs. El objetivo era conocer historias de vidas de gente cercana (familiares en todos los casos) que vivió una época caracterizada por las estrecheces y turbulencias históricas que marcaron la historia de este país y sus ciudadanos.

Algunos de estos relatos son realmente sorprendentes por el enfoque que realiza la alumna, por el recorrido del personaje o por el alcance y relevancia del protagonista retratado.

Todos ellos provienen de fuentes directas y están transmitidos como relatos en estilo indirecto. Pienso que deben sentirse muy orgullosas del trabajo realizado y especialmente de haber tenido el privilegio de escuchar a alguien que, como en uno de los casos se menciona, «93 años de vida corren por sus venas» y eso merece que nos detengamos a escuchar y recordar.

Destacamos en ellectorespectador algunas de ellas precisamente hoy, día 14 de junio, pues «El Estatuto de Autonomía para Andalucía, en su artículo 10.3.24.o dispone que los poderes públicos velarán por la salvaguarda, conocimiento y difusión de la historia de la lucha del pueblo andaluz por sus derechos y libertades. A su amparo se promulga la Ley 2/2017, de 28 de marzo, de Memoria Histórica y Democrática de Andalucía.»

Estos textos realizados por tres alumnas posibilitan que nos acerquemos a vivencias poderosas, testimonios de primera mano recuperados con tenacidad y compartidos con total generosidad.

Muchísimas gracias a las alumnas que han hecho posible este artículo: Julia Martínez, Carolina Olid y Sandra Bonilla. Los artículos están en las entradas de abajo. Leer estas historias contribuye a que no todo sea silencio y aprendamos. Escuchemos pues.

La memoria histórica

19454737.jpgNuestra sociedad es el resultado de cientos de años de historia. Las generaciones anteriores son verdaderos testimonios vivos de lo que ya ha sucedido y, a través de multitud de recuerdos, nos transmiten la historia de una forma más cercana. Quizás, esta forma de contar y transmitir sea la clave para que las nuevas generaciones tomemos conciencia de todo lo que llevamos a nuestras espaldas y, de esta forma, aprendamos de los errores del pasado para evitar repetirlos en el futuro.

Mi abuela nació en el año 1926 en Madrid, en plena dictadura de Primo de Rivera y reinado de Alfonso XIII, mientras ella crecía, el panorama político en España se desestabilizaba cada vez más. Así, cuando ella tenía 4 años, Primo de Rivera dimite y es sustituido por Berenguer, sucediéndose así la conocida “Dictablanda de Berenguer”. Con 5 años, vivió la proclamación de la Segunda República Española y más tarde, en 1936, el estallido de la Guerra Civil y seguidamente, la dura posguerra. En la actualidad, 93 años de historia corren por sus venas y, aunque no es capaz de recordarlo todo, hay ciertas cosas que no se olvidan.

La Guerra Civil fue uno de los acontecimientos más significativos de la historia de España y, según sus palabras, “fueron tres años y medio muy malos”. Cuando le pregunté cómo vivían, me respondió que había barricadas en las calles y que estas estaban plagadas de parapetos; “Todos los días mandaban obuses a bombardear la capital y teníamos que meternos en los sótanos de las casas”. Por suerte, los padres de mi abuela eran dueños de una pequeña zapatería, por lo que se refugiaron en el sótano del local donde, según me cuenta, llevaron camas para poder dormir.

La comida escaseaba para todo el mundo, sobre todo en la zona republicana, ya que los sublevados habían tomado las principales zonas de abastecimiento agrícola. Se entregaron unas cartillas de racionamiento con las que, según mi abuela, te daban únicamente 100 gramos de pan, 100 gramos de arroz y poco más. Consecuentemente, se dieron multitud de mafias, como la del estraperlo, y las personas se vieron obligadas a ir hasta los pueblos para realizar trueques a cambio de comida, como fue el caso de mis bisabuelos.

Las víctimas mortales de la guerra fueron incontables, se cometían crímenes por parte de ambos bandos. Cuando le pregunté a mi abuela si algún pariente cercano había muerto durante la guerra, me contó la historia de su primo. Este era del bando nacional y se encontraba en la capital cuando estaba todavía en mano de los republicanos; asistía a un colegio de frailes y por eso, fue perseguido y tuvo que refugiarse en casa de mi abuela. Un día, vinieron a buscarlo para fusilarlo, media hora más tarde, subieron de nuevo a su casa para dar el pésame.

Por otra parte, muchos niños fueron enviados a Rusia para escapar de la guerra y, según mi abuela, si salían a la calle solos corrían el riesgo de que se los llevaran. Muchos de ellos volvieron y otros muchos rehicieron su vida allí, al igual que todas las personas que tuvieron, necesariamente, que exiliarse políticos o simplemente de supervivencia.

Cuando finalizó la guerra, Franco tomó el mando del país y del ejército. La época de posguerra fue igual de dura que la propia guerra; todo escaseaba. Las cartillas de racionamiento se mantuvieron, hubo una fuerte represión y se estableció una fuerte censura. Los colegios, que habían permanecido cerrados durante la guerra, comenzaron a abrir poco a poco. El gobierno de Franco creó el Frente de Juventudes, para crear nuevas generaciones afines al régimen. Mi abuela, que rondaba los 15 años, acudió a alguna de las reuniones del Frente que, según cuenta, recibían el nombre de “flechas”. De vez en cuando iban de acampada y, cuando le pregunté que era lo que le decían allí, me respondió que les explicaban que el régimen en el que estaban era el mejor posible.

Durante el régimen de Franco conoció a mi abuelo, al que únicamente podía ver hasta cierta hora de la noche, ya que no se podía incumplir el toque de queda. Para estar en la calle había que ser muy cuidadoso, ya que por cualquier cosa que pudiera malinterpretarse podían acusarte de “rojo”. La represión era persistente, en palabras de mi abuela “era una venganza continua, los que estaban inicialmente en el poder mataron a mucha gente; y cuando llegaron los contrarios, entonces hicieron lo que habían estado haciendo los primeros”.

En los últimos años de dictadura, movilizaciones sociales comenzaron a producirse, al igual que se cometieron atentados por parte de grupos radicales, como ETA. El 20 de diciembre de 1973, este mismo grupo protagonizó la conocida “Operación Ogro”, donde el entonces presidente del gobierno y almirante Carrero Blanco fue asesinado. Esta vez es mi madre quien me cuenta como se vivió. En su caso, ese mismo día iba a celebrarse la función del colegio, donde iba a bailar y leer el cuento ganador del concurso de Navidad que había escrito ella. Todo se suspendió, ya que se decretó un periodo de luto nacional.

Tras la muerte de Franco en el año 1975, poco a poco todo comenzó a volver a la normalidad. Para esa fecha, mi abuela ya tenía 49 años y tanto mi tío como mi padre ya habían nacido. Cuando le pregunté si notó cambio en cuanto a libertad, me respondió que sí, el miedo se fue apaciguando y, consecuentemente, la censura se alivió, la gente hablaba, salía, se reunía, y la vida se llenaba progresivamente de normalidad.

Sin embargo, el 23 de febrero de 1981, el pánico vuelve con el intento de golpe de estado protagonizado por Tejero. Aunque mi abuela no lo mencionara, mis padres sí lo recuerdan. Según mi madre, sus padres fueron a recogerla del colegio inmediatamente y, en toda la tarde, no se separaron de la televisión esperando impacientemente nuevas noticias. Por suerte, todo quedó únicamente en un intento.

En resumen, en pocas palabras mi abuela describe la guerra y la posguerra como “un estropicio muy grande”, y no le falta razón.

Por Julia Martínez Figueroa

Mayo de 2019

Alberto Fernández Ballesteros

Fernandez Ballesteros Alberto_2Nacido en Sevilla el 21 de agosto de 1901, en una familia de la clase media mercantil. Alumno de Ciencias Exactas de la Universidad de Sevilla, carrera de la que sólo cursó dos años, a comienzos de los años veinte se trasladó a Madrid, donde estudió tres años en la Escuela Superior de Arquitectura. Posteriormente viajó por Francia, Austria y Alemania, licenciándose a su regreso en Derecho en la Universidad de Granada. En Sevilla ejerció la docencia como profesor de Francés, Lengua y Literatura Española y Dibujo en el colegio San Francisco de Paula y en el Instituto-Escuela, residiendo en la calle Velázquez no 13 y 15.

Fernández Ballesteros ingresó en la Agrupación Socialista de Sevilla a mediados de los años veinte, si bien previamente y durante su viaje por varios países europeos había publicado varias artículos y colaboraciones en el periódico El Socialista. En vísperas de las elecciones municipales de abril de 1931 era ya presidente de la Federación Local de Sociedades Obreras de la UGT y miembro de la directiva de las Juventudes Socialistas. Ballesteros fue incluido en la candidatura de la conjunción por Sevilla –tenía entonces 29 años–, obteniendo 1.565 votos en el 10o distrito (San Roque) y siendo elegido concejal. Miembro de la junta provisional del Gobierno de la República en Sevilla el 14 de abril de 1931, en la corporación republicana desempeñó durante algunos meses la 9a tenencia de alcaldía, presidiendo la comisión de Obras Públicas y perteneciendo a las comisiones de Iniciativas y Turismo y al comité encargado de elaborar el Plan de Extensión de la Ciudad.

Alineado ya claramente en la izquierda socialista, sus desavenencias con el sector más moderado del PSOE sevillano, representado especialmente por Hermenegildo Casas, no tardaron en manifestarse. Además en junio de 1931 y a pesar de haber sido propuesto candidato en las elecciones a Cortes Constituyentes por las agrupaciones socialistas de la provincia, Casas logró que Fernández Ballesteros fuera sustituido en la lista definitiva por Aceituno y Egocheaga, a pesar de las protestas de aquél. Pese a no presentarse candidato, Ballesteros fue votado por 1.859 electores en las elecciones de junio de 1931.

Por otra parte sus enfrentamientos y sus críticas a la labor de otro compañero de minoría, Fernández Egocheaga –también elegido Diputado en las Constituyentes– contribuyeron a la sustitución de este último al frente de la Bolsa Municipal de Trabajo. De hecho, en agosto de 1931 Ballesteros llegó a darse de baja en la Agrupación Socialista y a declararse “socialista independiente”, si bien permaneció vinculado a las Juventudes y a las organizaciones de la UGT. Los enfrentamientos entre los concejales socialistas del Ayuntamiento de Sevilla llegó al extremo de protagonizar un poco edificante espectáculo en el pleno celebrado el 4 de octubre de 1931, cuando Ballesteros acusó a Fernández Egocheaga de bajarse los pantalones ante el ministro y los capitalistas, enzarzándose ambos en una pelea que estuvo a punto de terminar a puñetazos en medio de la sala capitular.

Fernández Ballesteros protagonizó poco después otro incidente con motivo de una reunión entre el Alcalde La Bandera y los representantes de las cofradías sevillanas, convocados con el objetivo de acercar posiciones y encontrar una solución a la salida procesional en la Semana Santa de 1932. Cuando la reunión parecía encauzarse en un ambiente de cordialidad y diálogo Ballesteros, que había sido invitado al acto en su condición de miembro de la Comisión de Iniciativas y Turismo, afirmó en tono despectivo que, en su opinión, las cofradías significaban tan sólo un “anacronismo”, manifestando rotundamente su oposición a que el Ayuntamiento les concediera ni una sola peseta para facilitar su salida procesional, calificando la propuesta de la Alcaldía –consistente en cederles la explotación de las sillas y palcos de la carrera oficial– de simple “subvención encubierta”. Sin más, el edil socialista abandonó la reunión, dejando a los asistentes con la palabra en la boca y provocando la indignación de los representantes de las hermandades.

En cambio y con motivo del golpe de estado de Sanjurjo, el 10 de agosto de 1932, Fernández Ballesteros tuvo un destacado protagonismo en la resistencia ofrecida por las instituciones republicanas frente a los militares rebeldes. A instancias del edil socialista, que había conseguido eludir la orden de detención decretada por Sanjurjo contra las autoridades municipales, se constituyó en el Alcázar un Comité de Salud Pública presidido por él y formado por los radicales Alfonso Lasso de la Vega, Estanislao del Campo y por Juan María Aguilar, futuro Diputado de Izquierda Republicana y miembro entonces de la Agrupación al Servicio de la República. Este organismo difundió unas octavillas alertando a la población del carácter sedicioso del movimiento militar, enviando delegados a los barrios y a las localidades próximas a la capital para levantar al pueblo en defensa de la República. Paradójicamente, esta actitud acabó por distanciarle del grupo de dirigentes socialistas formado por Casas, Aceituno o Egocheaga –a quienes el golpe sorprendió en Madrid, aunque rápidamente se trasladaron en una avioneta hasta Marchena– quienes intentaron sin demasiado éxito restarle importancia a lo obrado por el Comité de Salud Pública y a la iniciativa de Fernández Ballesteros.

Sin embargo el prestigio de este último entre las bases socialistas no hizo sino crecer en los días y meses siguientes, tanto por la capacidad de iniciativa demostrada el 10 de agosto como por la enérgica actitud que adoptó en el seno del Ayuntamiento, exigiendo que fueran depurados aquellos funcionarios que durante la Sanjurjada habían exteriorizado sus simpatías monárquicas y los miembros de las corporaciones primorriveristas, a quienes consideraba responsables de la ruina económica que pesaba sobre las arcas municipales. Uno y otro intento de depuración acabaron fracasando rotundamente, a pesar de que según Fernández Ballesteros existiera el “convencimiento moral” de que los Ayuntamientos de la Dictadura habían adoptado disposiciones que lesionaron gravemente a la economía municipal, si bien desde un punto estrictamente jurídico su demostración fuera imposible.

A estas alturas Ballesteros, que en febrero de 1932 había sido nombrado vocal y miembro de la comisión pro-cultura en la Ejecutiva de las Juventudes Socialistas de Sevilla, había sido elevado en el mes de octubre al cargo de vicepresidente provincial de dichas Juventudes –poco después fue nombrado secretario general–, ejerciendo también de secretario de los sindicatos agrícolas ugetistas en la provincia y del Sindicato de pequeños agricultores del Valle inferior del Guadalquivir. A comienzos de 1933 reingresó además en la Agrupación Local del PSOE y volvió a formar parte de la minoría socialista en el Ayuntamiento. Fernández Ballesteros era también vicepresidente del Centro de Estudios Andaluces y, desde 1931 a 1934, presidente de la Orquesta Bética de Cámara de Sevilla.

El fracaso de la candidatura socialista en las elecciones de noviembre de 1933 por Sevilla – candidatura de la que Fernández Ballesteros no formó parte– y la elección irregular de Casas y Moreno Quesada por la provincia de Córdoba, que acabaría con la baja y posterior expulsión de ambos del PSOE, reforzaron su peso y protagonismo en el socialismo sevillano, impulsando desde las Juventudes la radicalización socialista y convirtiéndose desde 1934 en la cabeza visible del sector caballerista en Sevilla. Fernández Ballesteros continuó formando parte de la corporación municipal durante buena parte de 1934. En el mes de julio y tras la elección como Alcalde del lerrouxista Isacio Contreras la Agrupación socialista hizo pública una nota anunciando la renuncia a sus responsabilidades de gobierno en el Ayuntamiento. El puesto de concejal de Fernández Ballesteros fue declarado vacante por el gobernador civil el 8 de octubre de 1934, aprovechando el impacto provocado por el estallido del movimiento revolucionario que acabaría prendiendo en Asturias. La excusa legal fue, no obstante, que el desempeño de su concejalía resultaba incompatible con su condición de profesor del Instituto de Enseñanza Media.

Ballesteros fue ratificado en marzo de 1934 como presidente de la Federación Local de Sociedades Obreras de la UGT, asumiendo además la presidencia de la Casa del Pueblo; cargos a los que sumaría también, de manera simultánea y a partir de septiembre de 1935, la presidencia de la Agrupación Local del PSOE de Sevilla. Previamente, en septiembre de 1934 y en San Juan de Aznalfarache, Ballesteros había participado junto con Víctor Adolfo Carretero en un mitin conjunto de socialistas y comunistas; y en octubre de 1934 fue el principal encargado de organizar el movimiento revolucionario preparado por los socialistas como respuesta a la entrada de varios miembros de la CEDA en el gobierno, movimiento que apenas tuvo repercusión en Sevilla, pero que le obligó a abandonar la ciudad y refugiarse en Gibraltar, ante la orden de detención dictada contra él.

En vísperas de las elecciones de 1936 Ballesteros fue incluido en la candidatura del Frente Popular por Sevilla-capital. Obtuvo un total de 74.675 votos, resultando el tercero de los seis diputados electos por la circunscripción en aquellas elecciones. Adscrito a la minoría socialista, declaró como profesión la de abogado y profesor en su alta como Diputado (26 de febrero de 1936), realizando la promesa de su cargo con fecha 3 de abril de 1936 [ACE, credencial no 250, serie Documentación Electoral: 141, no 42]. En cambio no fue repuesto como concejal de elección popular en la corporación municipal constituida en Sevilla a finales de febrero de 1936, tras el triunfo electoral del Frente Popular.

Durante su etapa como Diputado Fernández Ballesteros fue nombrado suplente de la Diputación Permanente de las Cortes y miembro de la comisión de Estado; pero aunque asistió a la mayor parte de los plenos no llegó a intervenir en ninguno de los debates parlamentarios. Identificado plenamente con Largo Caballero, en mayo y en su minoría votó en contra de la participación de los socialistas en el Gobierno del Frente Popular. Fernández Ballesteros sería acusado por la Ejecutiva Provincial del PSOE de Sevilla de ser uno de los principales responsables de los sucesos registrados en Écija, con motivo del mitin que el 31 de mayo de 1936 tenía previsto celebrar en la Plaza de Toros de dicha localidad Indalecio Prieto; acto que terminó a tiros por la actitud violenta de los largocaballeristas y comunistas. La Agrupación Local del PSOE de Sevilla se negó a expedientar a su presidente, mientras no se aportasen pruebas de que era culpable.

Cuando estalló la insurrección militar de julio de 1936 Fernández Ballesteros se encontraba en Madrid, decidiendo regresar en tren a Sevilla el día 18 junto a los otros tres diputados socialistas sevillanos. Pero a diferencia de sus compañeros decidió bajarse en la estación de Andújar, reclamado por los dirigentes obreros de la localidad para que intercediera en un conflicto laboral. Aquella decisión le salvó la vida, pues de lo contrario no hay duda de que habría sido asesinado por los militares golpistas, como lo fueron los diputados que le acompañaban en aquél viaje. De hecho su hermano Carlos, de 39 años y médico en Écija, fue fusilado el 10 de agosto de 1936, y un primo suyo también fue asesinado en represalia por no haber podido dar con él. Consta también por testimonios familiares que sus bienes y propiedades fueron incautados por los sublevados, aunque no se conserva en el Archivo General de la Administración rastro del proceso que a buen seguro debió instruirle a partir de 1939 el Tribunal de Responsabilidades Políticas.

Durante la guerra civil Fernández Ballesteros sirvió a la República como comisario inspector del Ejército de Andalucía y Extremadura, siendo autor de un informe detallando las causas de la caída de Málaga, a comienzos de 1937. También asistió como Diputado a las escasas reuniones que celebraron las Cortes Españolas durante aquellos años. Así, en septiembre de 1938 y en Valencia fue ratificado como miembro titular de la comisión de Estado, siendo nombrado además para las comisiones de Presidencia, suplente de la comisión de Comunicaciones, Transportes y Obras Públicas y miembro suplente también del Tribunal de Cuentas. En la reunión que las Cortes celebraron en Sabadell, en septiembre de 1938 y en la que también figuró entre los asistentes, fue ratificado en los nombramientos anteriores.

Desde 1938 Fernández Ballesteros representó al Gobierno de la República como cónsul ante las autoridades británicas en la colonia de Gibraltar. Al final de la guerra logró trasladarse con su mujer y sus hijas al norte de África, afincándose hasta 1941 en la localidad marroquí de Agadir y trabajando como horticultor. Posteriormente pudieron marchar a América residiendo hasta 1945 en Colombia. En Bogotá encontró empleo como profesor en varios colegios, trabajando también como traductor-jefe y redactor para la embajada francesa. En aquellos años publicó también algunos artículos sobre temas de su especialidad –la historia del Arte, Literatura– en la Revista de Indias.

Alberto Fernández Ballesteros asistió durante 1945 a las reuniones que las Cortes Españolas celebraron en la ciudad de México. En las que tuvieron lugar en el mes de noviembre figuró como miembro de la Minoría Socialista, dirigida por Indalecio Prieto. Coincidiendo con su estancia en la capital azteca Fernández Ballesteros decidió afincarse definitivamente en México, dedicándose al magisterio y trabajando como coordinador para varias compañías de seguros (“La Comercial, S.A.” y “Seguros de México, S.A.”). También fue director de la revista Panorama, publicada por la Asociación Nacional Automovilística. En México además Alberto Fernández Ballesteros se reencontró con sus viejos compañeros, adversarios en el seno de la Agrupación Socialista sevillana, como Hermenegildo Casas y Fernández Egocheaga. Con ambos se reconcilió y con ambos mantuvo un trato cordial y amistoso a partir de entonces.

No obstante, su espíritu inquieto le llevó en 1949 a aceptar el puesto de director del ensayo piloto llevado a cabo por la UNESCO en Haití, recogiendo su labor al frente de dicho organismo en un grueso volumen, publicado en 1954 y de casi quinientas páginas, titulado Toulon. Una experiencia en Haití. Todavía en 1950 continuó trabajando para la UNESCO como visitador y asesor temporal del ensayo piloto realizado en el estado mexicano de Nayarit, en la costa del Pacífico y próximo a la ciudad de Guadalajara. Según Aurelio Martín Nájera, entre finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta Fernández Ballesteros residió en las ciudades mexicanas de Los Mochis, en el estado de Sinaloa y en Hermosillo, capital del estado de Sonora y próxima a Arizona. En estas ciudades colaboró en la prensa local y en varias instituciones municipales y académicas. Alberto Fernández Ballesteros, cumplidos ya los 65 años, decidió pasar los últimos años de su vida retirado en Valle de Bravo, un pequeño municipio próximo a Ciudad de México. Allí, junto a las pirámides de Teotihuacán, se dedicó a su gran afición –la pintura de acuarelas –y comenzó a redactar una novela autobiográfica, volcando en ella sus ya lejanos recuerdos de la experiencia vivida durante la Segunda República en Sevilla. Años después de su fallecimiento, ocurrido el 11 de septiembre de 1972, a los 71 años de edad, su viuda –doña Concepción García de Leaniz– se trasladó a España y depositó una copia de dicho manuscrito en la Fundación Pablo Iglesias. En 2007 dicha obra ha sido editada por el Aula para la Recuperación de la Memoria Histórica del Ayuntamiento de Sevilla con el título de Papaoba.

Por Sandra Bonilla López

Mayo de 2019

Bibliografía

– VV.AA.: «Biobibliografía del exilio español en México», en VV.AA.: El exilio español en México, 1939-1982, México, Salvat y Fondo de Cultura Económica, 1982.
– MACARRO VERA, J.M.: La utopía revolucionaria. Sevilla en la Segunda República, Sevilla, Monte de Piedad y Caja de Ahorros, 1985.
– ÁLVAREZ REY, L.: La Derecha en la II República: Sevilla, 1931-1936, Sevilla, coed. Universidad y Ayuntamiento de Sevilla, 1993.
– ORTIZ VILLALBA, J.: Sevilla, 1936: del golpe militar a la guerra civil, Córdoba, Imprenta Vistalegre, 1998.
– MARTÍN NÁJERA, A.: El grupo parlamentario socialista en la Segunda República, Madrid, Fundación Pablo Iglesias, 2000.

Recuerdos de mi abuela

Esperanza Hernández, mi abuela, nació el 12 de octubre de 1944 (74 años), no presenció la Guerra Civil pero si vivió sus consecuencias. Su padre nació en 1916 y fue a la guerra con 20 años. Era agricultor, un humilde trabajador del campo y no tenía convicciones políticas tan fuertes como para ir a un bando u otro, sin embargo, acabó luchando en los dos frentes.

Al preguntarle si alguien de nuestra familia estuvo en la Guerra Civil y si participó activamente en el frente, contestó que su padre, mi bisabuelo, empezó luchando la guerra con La Pasionaria porque alistaron obligatoriamente a los jóvenes de la comarca de Granada. Recuerda cómo su padre le contaba que poco antes de que el ejército republicano perdiera la guerra, La Pasionaria acudía a las trincheras para darles ánimos con arengas y cánticos, vestida de militar. Era el momento en el que ya los alimentos no les llegaban.

Más tarde, casi al final de la guerra, estuvo en la batalla deRecuerdos Teruel ya con las tropas del bando nacional que había absorbido a las republicanas. Allí, en esta batalla, fue herido gravemente en el brazo y la pierna. En un primer momento llegaron a Sevilla y pasaron la primera noche en la parroquia de San Jacinto, en Triana, donde habían improvisado un lugar para recibir a los soldados del frente. Los que estaban heridos y gravemente, como su padre, eran trasladados al hospital de la Cinco Llagas (lo que hoy es el Parlamento de Andalucia). Lo licenciaron y no pudo seguir en la guerra. Hasta el año cincuenta y nueve no le quitaron las balas de su cuerpo, lo que dice mucho de las necesidades de material médico que había en ese momento.

Por lo que le contaron sus padres, los primeros años de la posguerra fueron muy duros. La guerra había separado a muchas familias, y necesitaban encontrarse, sin saber qué había sido de ellos. A veces esos familiares lucharon en bandos distintos, simplemente porque les había tocado. Los soldados caminaban por las carreteras, hambrientos, descalzos y malheridos porque no había medios de transporte.

Ni ella ni sus hermanos fueron al colegio, ya que no era obligatorio y necesitaron trabajar para ayudar a la familia. Afirma que en los colegios había discriminación hacia los hijos de obreros o de los que eran señalados como “rojos”. A todos ellos, los colocaban al final de la clase y el profesor no les prestaba atención.

La situación del país empezó a mejorar desde los años 50 en adelante, cuando se empezó a desarrollar la industria. Los obreros andaluces y extremeños se iban a trabajar a Madrid, Barcelona, Francia, a cualquier sitio. Su propio hermano trabajó un tiempo en Alemania.

Mi abuela tuvo una vida muy dura de sol a sol, haciendo trabajos de adulto junto a sus hermanos cuando eran niños. Apenas ganaban pesetas pero iban sobreviviendo, así hasta casarse, momento en el que cada uno fue para un lado. Aunque ellos no pasaron hambre porque mi bisabuelo vivía y todos eran muy trabajadores, pasaron muchas necesidades, era una época donde tener un simple juguete era un lujo enorme. En otras familias donde faltaba el padre o los hermanos, víctimas de la guerra, pasaron hambre y eran objeto de discriminación.

Por Carolina Olid Mayoral

Mayo de 2019