1984


“La guerra es la paz

 La libertad es la esclavitud

 La ignorancia es la fuerza”

Es 1984 y estas 3 oraciones marcan la vida de millones de habitantes. No se habla de rock ni de cine; el mundo se encuentra en guerra constante; la historia es tergiversada a voluntad del gobierno, que mantiene a su población en la miseria y en un estado de alerta constante; y no existe nada fuera de la vigilancia del Gran Hermano.

Este es, a grandes rasgos, el futuro que George Orwell (1903-1950) concibió en 1949, durante un período de intenso conflicto político: el mundo estaba lidiando con las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, el comienzo de la Guerra Fría y la introducción de tecnologías revolucionarias. El autor también ha mencionado que su experiencia en la guerra civil española también tuvo influencia sobre la distopía. 

El día de hoy me gustaría hablar de esta impactante novela y reflexionar un poco sobre su mensaje, ¿Qué significa esta obra en el contexto de la actualidad?

El mundo de 1984 está marcado por los movimientos de 3 potencias mundiales: Oceanía, Eurasia y Asia Oriental; se disputan el resto de territorios del mundo en una guerra que parece nunca acabar. Nuestra historia se ubicará en lo que solía ser Reino Unido, actualmente parte de Oceanía, administrado por el Partido Ingsoc; su lema, a primera vista contradictorio, ya lo conoces y su sìmbolo más importante es el Gran hermano: el comandante en jefe, el juez supremo, siempre despierto y observando todos los movimientos de los habitantes a través de las telepantallas, dispositivos presentes hasta en los hogares. 

Winston Smith, nuestro protagonista, es un empleado del Ministerio de la Verdad, en donde se encarga de tergiversar la historia reescribiendo toda clase de documentos dependiendo de la posición política del gobierno en ese momento. Después de años trabajando en esto se da cuenta de la corrupción que hay en el sistema y desde ese momento sabe que está muerto, pues hasta pensar en contra del Partido es un crimen. Durante la novela descubrirá que no está solo, hay más personas que piensan como él y nace la esperanza de una rebelión.

Después de varios sucesos el libro concluye con Winston y Julia (su enamorada) siendo llevados al Ministerio del Amor, encargado de torturar y adoctrinar a los insurgentes. A pesar de resistirse, nuestro protagonista acaba aceptando interiormente el discurso del Partido, prácticamente despojado de su conciencia y criterios propios, aprendiendo lealtad y siendo capaz de sentir amor ùnicamente hacia el Partido. El régimen permanece intacto, imperturbable, impasible.

Leí este libro por recomendación de una amiga, y le agradezco enormemente por eso. Lo terminé el mismo día que lo empecé, creo que para la cantidad de conceptos que introduce es relativamente corto, suele rondar las 300 páginas sin embargo se sienten como menos. Expone numerosas tácticas utilizadas por el comunismo y el fascismo del siglo pasado, horrorizando a la gran mayoría de los lectores, que imaginan que un mundo así no podría estar más lejos de la realidad; pero que resulta familiar para quienes lo han vivido (razón por la cual esta obra ha sido prohibida en numerosos países). Empezando por el culto de personalidad ejemplificado con el Gran Hermano (por cierto, mucha gente dice que su descripciòn encaja con la de Stalin, líder de la URSS), la modificación de toda clase de documentos históricos para encajar con la narrativa del gobierno; la creaciòn de un enemigo externo al que desvíar la ira y miedo de las masas, en la práctica siendo la potencia enemiga, pero en un nivel simbólico representado por Emmanuel Goldstein, El Enemigo de la Revolución que se contrapone al Gran Hermano; la destrucciòn del individuo, la unidad familiar y cualquier tipo de intimidad que pueda amenazar la integridad del sistema mediante a incentivos para realizar denuncias, generando un clima de desconfianza que incapacita cualquier tipo de resistencia; y la manera en la que privan a la gran mayoría de la población de educación y recursos intencionalmente. Me quiero detener a hablar especìficamente de dos, el primero es la neolengua: la idea de que, limitando nuestro vocabulario pueden limitar nuestro pensamiento y lo que somos capaces de expresar, conduciendonos hacia una sociedad futura inconsciente. La segunda es la de las telepantallas, esas que el partido utiliza para vigilar a todos los ciudadanos: previamente podìa haber sido una idea descabellada, pero actualmente casi toda nuestra información se encuentra en dispositivos digitales y es increíblemente difícil hallar un lugar en el que no estén presentes; si de verdad quisieran utilizarlos de la manera presentada en la historia ¿serìamos capaces de detenerlo?

No es necesario ir demasiado lejos, la información no circula tan libremente como pensamos, veamos el caso de Julian Assange, el creador de WikiLeaks, un sitio de filtraciones. En 2010 expuso miles de documentos clasificados sobre la guerra de Afganistán, revelando así crímenes de guerra que dejaban al gobierno de EE UU muy mal parado. Esto le ha garantizado persecución del gobierno estadounidense durante una década, además de esto tuvo que pedir asilo en la embajada ecuatoriana de Londres debido a cargos de agresión sexual por parte de las autoridades suecas que Assange atribuye a un intento de sabotear WikiLeaks. Sea o no cierto, tristemente los casos de abuso sexual no suelen recibir demasiada atención así que cabe preguntarse si es un intento de inculparlo para justificar su arresto de alguna manera. 

Pero tampoco son todas leyendas de fugitivos; las noticias falsas viajan de una boca a la siguiente como balas y no hace tanto tiempo el pánico llegó a nuestros hogares por el juego de la ballena azul, que pretendía incitar a los jóvenes al suicidio, sólo para que terminase siendo un rumor.

¿Cómo podemos tener certeza de que las cosas que aprendemos y leemos sean ciertas? e incluso si lo son, ¿Qué les impediría la utilización de este medio masivo de información para moldear al mundo a su parecer? ¿Podríamos conservar nuestra libertad? 

La tecnología ha sido una de las mejores aliadas para mi generación, pero fácilmente podría volverse un arma, mecanismo de vigilancia o de adoctrinamiento. Es aterrorizante, no por ser una narración grotesca o macabra, sino por encontrarse tan cerca de nosotros.

Le recomendaría este libro a todo el mundo a partir de los 13 años. A nivel de historia engancha bastante y como comentario social es impresionante, creo que su relevancia ha crecido desde su publicación. No es necesario saber mucha historia del siglo XX porque a pesar de ser una obra influida en gran medida por el contexto en el que fue escrita, no hace ninguna referencia directa; por el contrario, personalmente cuando estuve estudiando los regímenes totalitarios las cosas que decían me recordaban al libro y me resultaron más fáciles de entender. 

Por Maya Menéndez Vietia, 4º ESO-C

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