Lejos de la costa y los turistas, durante un verano particularmente caluroso en la isla de Tenerife, se narra la realidad obrera y la relación de dos amigas, colmadas de sentimientos de toda índole. Escrito en un lenguaje oral, canario, generacional y contemporáneo, este es un libro disruptivo y hermoso.
Panza de burro, el libro de Andrea Abreu relata el inicio de la vida en la preadolescencia de dos niñas protagonistas: la narradora (cuyo nombre desconocemos) e Isora, el objeto de la amistad y fascinación de la protagonista. No solo hay cabida para esos sentimientos, también se entrelaza la inseguridad, el miedo, la violencia, la inconsciencia en un entorno hostil… Todo ello relatado fenomenalmente por una escritora que carga uno de los pilares fundamentales en la oralidad canaria y la poesía.
Es muy frecuente que entre lo asqueroso, lo mundano, lo vulgar surja lo hermoso, la belleza, la poesía. Y esto es porque todos nos merecemos una historia, todos todas y todas nos merecemos ser contados.
Precisamente de esa poética que destila el libro de Abreu surgen imágenes poderosas (a la hora de describir un ambiente y entorno hostil) y esencialmente la narradora convoca en el espectador una retahíla de imágenes que encienden la solidaridad con las niñas y se alinean con su entorno. Del mismo modo que la narradora deja ver su situación personal para que el espectador complete la denuncia que parece estar enarbolando una niña de diez años: la precariedad laboral de quienes trabajan por y para los turistas y la consecuencia que tiene en su vida, que no es otra cosa que estar privada de sus padres (que son quienes deben cuidarla). Así la crudeza del relato se ve amplificada porque son dos niñas solas que reaccionan a un entorno violento como buenamente pueden, con inconsciencia, resiliencia y a veces temeridad.
Me ha sorprendido, además de la poesía, esa ruptura con la norma del español tan desprejuiciada para mostrar los giros canarios y que la protagonista remolque la historia sin complejos, de manera limpia, inocente y sin ambages. Romper la norma del español y reflejar el habla de una zona es maravilloso cuando accedemos a este tipo de literatura que descentraliza las historias y las ubica claramente en un contexto real, sin trampa ni cartón. Abreu lo tiene claro y el mensaje llega. Nadie habla mal. Sonamos justo así en Canarias (o al menos en esta isla). Es una opción política que consigue saltar ese límite tan importante, el de todo lo que durante años y años se ha impuesto como normativo y era un peaje a pagar sí o sí.
Pienso en la novela como el acercamiento inocente a una fascinación, a un primer amor que no se define hasta muchos años después. Lo que siente Shit no tiene un nombre claro. Las primeras experiencias se dan entre amigas y es mucho más limpio y natural que con los chicos. Abreu introduce también una primera experiencia de la protagonista con un chico, en clara alusión a las violaciones que no se nombran como tal hasta que la mujer no es consciente de lo que ha sucedido.
En paralelo, también conocemos al personaje de Juanita Banana con identidad fluida. El niño que no encaja y que recibía toda la violencia por parte del mundo adulto y de los niños. Las niñas lo integran pero incluso cuando Isora o Shit están cabreadas le llaman «Juanita Banana de mierda» y él se siente fatal, lo peor, y amplifica esa sensación violenta y de soledad indecible cuando su espacio seguro también se vuelve hostil.
Entrevista a Andrea Abreu: https://www.rtve.es/play/audios/biblioteca-publica/andrea-abreu-panza-burro/5668307/